
Garbosamente encogí las piernas, me encerré, me encimé en mi cuello, me observé por dentro. Me sentí un calcetín, un aroma insensato, una caja vacía, un estante sucio, un trozo de papel, una pluma incompleta y gris. Sentí el sudor por detrás de los ojos, el frío de mis hombros, el cielo ajustado y pequeño amordazando mi existencia. Me hundí en un falso sueño, un sueño prácticamente irremediable para mi cabeza. Me sumergí en un océano de nubes, y volé tan alto como pude en la humedad.
Asqueada de las lágrimas, y mi piel. Moribunda de oxígeno, de realidad. No obtuve más que una mágica incertidumbre de las palabras simples. Ideas contradictorias, recuerdos sólidos que fastidian mi porción de cuerpo abotonado, achicado como papel en el agua.
Bajé la cabeza y escarbé lo que encontré.
Y de pronto hablé, me nombré algunas veces, me miré en el espejo, y me dije, estoy bien. Me dije que el dolor era producto de mi debilidad temporal, ERA mi debilidad temporal, mi amable debilidad que me reflexionó por que la mente estaba VAGA. Porque mi corazón se arrugó y me sentí un útero. Y de pronto, una flor.
Crezco, me inflamo. Mi autoestima se esfuerza presionando, ¿acicalando mi vanidad? Puede ser positivo. Puedo ser más grande. Me quiero, y me quiero. Me quiero aún más, y así te veo, te veo más hermoso a vos, a ella, a mi al rededor mi panorama es claro, y mi voz me aplaude por un instante.















