
Te encontré mostrenco hace muchos años.
Estabas tomando conjetura de quienes presuntamente te habían boicoteado.
Puesto que me resonaba el sudor dentro de cada rincón de mi espera.
Mi espera de noches cálidas, de pieles, de tantear el agua fría, de ver tus ojos enmarañados
tratando de ver más allá de lo que te traía la duración, la savia, o dicha crónica de tu vida.
La evidencia que descendió hasta mi era que aún observándote calcinado, con los sueños esteparios de aquella canción revolcándose frente a mis pupilas, saturados de sollozo y espera, a pesar de eso, la evidencia era que te amaba.
Y te amo, te amé.
Te amo, te amé más que cualquier evidencia de conmoción que pueda estar frente un par de ojos tontos, esperando ver alguien que lo ame en conjunto, con su material cabal, su sangre blasfemia, su ánima, sus vísceras y su dañina seducción.
Y te amo, te amé más que el sol contemplando las energías nuevas
más que la sabia luz de luna acariciando las pieles por la noche
más que las gallinas empollando, otorgando calor a la creación
más que los murciélagos al crepúsculo
más que el músico procreando vida con su ingenio, su instrumento
más que el escritor entrelazando esperanza de encuentro en su porción de opúsculo inconcluso.
Y te amo, te amé más que cada instante que prosperó y se urdió colosal mientras que te amé.
Y al final, te amo, te amé a mi presunta manera, que así válida se encuentra, para amarte íntegro, como seas.
















