Una vez aprendí que para deleitarse con el mundo hay que despojar los antifaces
y los tintes de más. Aprendí sobre la sumisión natural y la tolerancia humana.
Me transitaron muchas cosas. Repudié mi ánima y mi consideración, extravié mi
translucidez, abominé -o al menos eso creí-, pero nunca, jamás dejé de amar.
A menudo hay que admitirse maltrecho. El costurón se concibe una cura, se hace
un glóbulo de sabiduría, por ende de protección.
Aún anhelo despertar, desanudar mis botas, despojar mis disfraces, y mis
espectros. Porque ulteriormente, soy idónea de transformarlo todo.
No se trata de ser alimaña, un superior, de prescindir la esencia para ser notado.
No podemos concebir y alterar si abandonamos nuestra entidad.

No hay comentarios:
Publicar un comentario