No te importó consumirte las formas, la piel, las palabras.
Sentiste el perdón recorriendo los caminos de tus respiros, sentiste el ensueño de tu vida en el aire, y el dolor, la resaca de tu desilusión. Pero nunca regresaste. Nunca regresaste del útero materno.
Te encerraste en los poros, en las venas. Te disolviste en la sangre, te hiciste órganos y pensaste en lo que nunca quisiste remendar.
(No se esconden en tu sombra los estruendos porque sos la poción de tu esplendor desarrollado, acumulado, que se desmoronó).
